FRASES PARA REFLEXIONAR

"Los escritores somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad". Paul Auster



viernes, 11 de julio de 2014

POETICA PUPILUUM (I)


LO INESPERADO.

CAPÍTULO I.
…Un frío invierno allá por la blanca Suiza… Llevaba alrededor de dos años aquí. Todos los que habitaban este lugar eran una peste, una panda de idiotas sin conocimiento alguno, resumiendo: gentuza.
Mi vida nunca había sido fácil, desde un principio tuve que aprenderlo todo a la velocidad de la luz. Sin importar cómo lo hiciese, tenía que sobrevivir en ese mundo de personas que a la mínima iban a por ti hasta hundirte. Lo peor de todo era mi falta de autoestima. Desde mi punto de vista todo lo que había hecho para seguir adelante no servía de nada; pero había llegado hasta dónde me prometí, había salido a flote desde el pozo más profundo: las drogas. Y aquí, en este lugar, nadie sabía nada de mi pasado, algo que era muy prometedor, ya que no sabían mi historia. Por algo salí del país en el que estaba. A decir verdad, por ello no me gustaba relacionarme mucho. Después de la muerte de mi padre, que había sido mi luz y mi guía, me hundí en ese mundo sin salida. Me costó huir, principalmente, porque pasé solo todo el proceso de desintoxicación y que por arte de magia alguien anónimo me pagó.
Desde la salida de aquel centro cambié radicalmente tanto por dentro como por fuera. Ya no era aquel tipo que deambulaba por los peores barrios de la ciudad, ni aquel que vestía de mala manera y que por la desnudez de los brazos podía leerse a leguas lo que ellos contaban de mí. Parecía totalmente otra persona. Durante los primeros meses después de salir, me cambié de nombre y me dediqué a eliminar de mi antiguo yo todo lo que hubiese sobre la faz de la Tierra. Busqué un trabajo que me proporcionase un salario para poder huir de este país lo antes posible, y aunque la coyuntura nacional no era la mejor, lo conseguí. Estuve trabajando por lo que fue como alrededor de medio año, hasta que me enteré de casualidad, gracias a uno de mis compañeros, que la empresa que me empleó abría nuevas fronteras y sin pensarlo dos veces, me presente como voluntario para aquel nuevo trabajo fuera de estas fronteras. Tarde dos meses hasta poder coger ese vuelo que por fin me alejaría de todo mi pasado.
Cuando llegué tuve que instalarme en un piso de mala muerte que la empresa tenía contratado. Desde fuera se podía percibir como sería el apartamento ya que la pintura de la fachada estaba desconchada y llena de moho. Por un momento pensamientos de arrepentimiento pasaron por mi mente pero ya era demasiado tarde. Durante cuatro meses no tuve más distracción que no fuese mi trabajo, al que acudía día a día, lloviera o nevase. Tuve que aprender pronto el idioma, ya que la mayoría de mis nuevos compañeros, excepto los que viajaron conmigo, eran suizos. Me movía de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa. Por otra parte, la situación se me estaba yendo de las manos, ya que tenía que ir moldeando mi estrategia para así acercarme a los jefes, pero mi miedo a que todo no saliese como yo quería, me hacía recapacitar mejor sobre lo que debía hacer. Era un completo lameculos de mis superiores, pero si quería llegar hasta donde verdaderamente me pertenecía tenía que hacerlo. A los peces gordos les prometía pequeños regalos que luego ellos recibían gustosamente; y si me encargaban algo, lo realizaba correctamente o mejor de lo que ellos esperaban. Desde mi perspectiva, nunca traté mal a nadie: de hecho, me di cuenta de que si tratabas mal a las personas, ese mal te sería devuelto más tarde o más temprano.
A pesar de todo, si antes dije que hablaba poco con las personas, aquellas que conseguían hacerse un hueco en mi vida, nunca eran tratados con desaire, y sí podía hacer algo por complacerlas no había ningún problema, pues yo con gusto lo hacía. No obstante, poco a poco fui ascendiendo profesionalmente y viajaba de un lado a otro, para conseguir nuevas firmas y abrir otros caminos a la empresa para la que trabajaba. Me había costado dos años, pero por fin, en solo unas semanas, podría conseguir lo que tanto me había impulsado a salir de aquel horrible pozo en el que estaba. Definitivamente, el plan que había urdido durante toda mi estancia en aquel lugar valía la pena. Iba a llegar a la cúpula de lo que alguna vez fue nuestro negocio familiar y que yo debía haber heredado. Aquella empresa, de la que tras la muerte de mi padre un viejo socio sin identidad compró la mayoría accionarial, volvía a su legítimo dueño; aquella empresa a la que yo no pude acceder debido a todas las deudas que surgieron de la nada, pues supuestamente mi padre había dejado que nos embargaran todo nuestro patrimonio sin avisarnos de nada y sin que ninguno lo sospecháramos. Después de aquel disgusto, mi madre no levantó cabeza y se negó a seguir adelante, murió en mis brazos. Fue ahí cuando me di cuenta de que estaba tocado y hundido.
Pero eso ya era pasado, el gran día llegó y frente a mí había todo una junta de accionistas que estaban felices de que me incorporase al consejo. Lo que no puedo creer todavía es que la persona que vi frente a mí, cuyo su aspecto regordete y su costumbre de sostener un puro en la mano, me llevó a deducir que sería aquel accionista que nos dejó a mi madre y a mí en la calle: era mi tío: aquel que creímos que había muerto junto a mi padre en aquel incendio de la fábrica. Es decir, mi familia y la suya habían llorado la muerte de otra persona, habíamos enterrado a alguien que no era quién creíamos.

Carmen Mera Delgado (Sevilla).

No hay comentarios:

Publicar un comentario