Yo supe que quería ser escritor con solo ocho años. Desde entonces no he parado de alimentar a esa bestia que se despertó en mi interior y que pedía comida: lecturas, poemas pueriles, a veces ingenuos, borradores de relatos, anotaciones con bolígrafo en servilletas de papel arrugadas en los bolsillos, películas y sobre todo, la conciencia de tener que mirar al mundo de un modo diferente a como lo hacen los que no son poseídos por esta criatura que tantas satisfacciones y pesadumbres provoca a partes casi iguales.
Mi hija lo descubrió mucho antes que yo. Y a los once años recién cumplidos ya ha aprendido a dominar a ese monstruo que yo todavía no he podido controlar. La poesía para ella es un juego. La métrica y la rima, una diversión. A su edad a mí me parecían una pesada carga.
Creo que escribí mi primera estrofa rimada ajustada al conteo de sílabas y de acentos cuando ya había superado los veinticinco años. Ella ha tardado casi 15 menos que yo. Y no ha sido una sola estrofa, sino dos: una cuarteta (y de una jondura flamenca que apabulla) y un cuarteto perfecto de versos endecasílabos heroicos con una metáfora que quita las tapaderas del sentido.
Gracias, Cyra, por hacer de mí el padre más orgulloso del planeta.
Cuarteta
Hoy se portó mal la vida
porque fui mala con ella.
Creí que era solo mía,
que solo estaba a mi vera.
Cuarteto
Los peces en el agua beben oro,
espadas que se clavan en los mares,
Nadando entre corrientes siempre impares
en busca de mil joyas y tesoros.
Cyra Lobato Pacheco. 11 años.
30 de noviembre de 2021.
