FRASES PARA REFLEXIONAR

"Los escritores somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad". Paul Auster



domingo, 13 de julio de 2014

POETICA PUPILUUM (V)


LA LAMENTABLE NOTICIA.

 

Al ser el único de sus amigos que no se bañó se sentó debajo de la sombrilla mientras observaba como se bañaban sus amigos, ese día el mar estaba muy bravo y la bandera era roja. No dudó en levantarse y llevarles las toallas y tras una disputa sobre quién iría al chiringuito a comprar agua, él se ofreció sin ningún problema.
Pero esa noche como tantas otras se volvió a ir antes que todos nosotros tras estar la mayor parte de la noche en la esquina de la barra. A pesar de dejarlo todas las noches elegir el sitio a dónde ir nunca tenía ninguna propuesta, siempre aceptaba las nuestras. Tampoco ponía un pie en la pista, según decía no sabía bailar y no haría el ridículo intentándolo.

 

Ya con el pijama puesto y abriendo la cama para acostarse, sonó su móvil. Su primera y única novia lo volvía a llamar tras haberlo dejado y no de muy buenas maneras. Su corazón se empezó a acelerar y sus manos a temblar. Decidió no cogerlo, silenció su móvil y lo volvió a dejar en su mesita de noche, difícil le resultaría coger el sueño esa noche.
A la mañana siguiente, se despertó una hora antes de que su despertador sonara, los nervios no le permitían pasar un minuto más en la cama. Lo primero que hizo fue mirar su móvil, no había recibido otra llamada y tras arreglarse se marchó al trabajo.
Las dudas se le atropellaban en su pensamiento: no entendía como su ex novia era capaz de llamarlo después de lo ocurrido la última vez que la vio, y tras mucho pensarlo decidió llamarla, a pesar de haberse jurado no volver a tener contacto nunca más con ella. Pero cuando iba a hacerlo el pulso le volvió a temblar y su inseguridad volvió a hacer acto de presencia: no la llamaría, pero sí le mandaría un mensaje: <<¿Por qué me llamas?>>. Estuvo esperando una respuesta todo el día hasta que llegó: <<Me gustaría que nos viéramos>>. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, pero por primera vez tuvo el valor de responder: <<No me busques ni me llames. No quiero saber nada de ti>>. Tras dirigirse al sofá y poner la tele se quedó dormido intentando comprender porque ya no sentía un nudo en la garganta al recordar ese día: el día en que la mujer a la que más quería lo dejó plantado en el altar sin ninguna explicación.

 

Estaba dispuesto a no atormentarse. Sabía que había hecho lo correcto, pero no era su condición contestar de esa manera. A pesar de lo reservado que era necesitaba hablar con alguien y esa persona era su amigo Rafael. Quedaron para comer y no en otro sitio que en el más barato de la ciudad, donde en la entrada se puede apreciar una gran ‘M’ mayúscula de color amarillo, donde los niños disfrutan de la comida basura que sirven, de los globos de colores, de los juguetes que te regalan con el menú y de los túneles que hay en la sala de juegos. En cualquier otra ciudad del mundo por remota que esta fuese, podrían haberse citado en el mismo sitio con el mismo aspecto y no por la reputada calidad de lo que servían. Después de sentarse tras la gran dificultad de poder encontrar un sitio, le contó lo ocurrido a su amigo. No esperaba esa reacción por parte de él, esa expresión de aceptación, como si ya supiera todo lo ocurrido, Rafael tan solo añadió: <<Siempre te dije que esa mujer era una harpía y por lo tanto, no me sorprende lo que me cuentas>>. Y tras darle un sorbo a su refresco, Oliver le dijo a su amigo que quizás su ex lo necesitaba, que podía tener algún problema.
—Hasta ahora me habías sorprendido, sé cómo eres, y eres incapaz de responder de esa manera, creo que es la primera vez que te veo hacerlo y me parece que es lo mejor que podías hacer, pero me parece increíble que sientas compasión por una tipa que no dudó en dejarte con dos palmos de narices en el altar—dijo Rafael.
—Lo sé, debería de darme igual lo que le pasara y de verdad te digo que el pulso no me tembló al mandar el mensaje y tampoco me arrepiento, pero la duda si la tengo—dijo Oliver.
—Normal que la tengas, pero esa mujer marcó el punto y final de vuestra historia el día que se largó, así que como amigo te aconsejo y prácticamente te ordeno que ni hagas, ni pienses, ni dediques un minuto de tu tiempo en algo que tenga que ver con ella—sentenció Rafael.
La reflexión de su amigo le ayudó a asentar su seguridad y la satisfacción por no haber actuado como el pardillo de siempre. Tras hablar un rato de sus respectivos trabajos, recogieron sus bandejas y se despidieron con un fuerte abrazo como de costumbre.

 

Cuando llegó a casa, ella estaba tumbada en el sofá; dormía como una niña pequeña, dormida estaba aún más hermosa. Se sentó junto a ella y se puso a ver la televisión. Nada más sentarse escuchó que el móvil de Sonia, su ex novia, sonaba en el cuarto y corriendo fue a cogerlo a pesar de que a ella no le gustaba que le tocaran su móvil. Lo cogió y tras decir: <<¿Sí? ¿Dígame?>>, le colgaron. No le dio importancia a ese detalle pero sí a la gran cantidad de mensajes sin leer de ese mismo número: <<¿Te viene bien a las doce en la estación? ¿Se lo has contado? ¿Estás segura de lo que vas a hacer?>>. A Oliver no le resultó normal que su novia recibiera ese tipo de mensaje de una persona a la que no conocía y a la que no tenía guardada. Cuando Sonia se despertó, Oliver ya se había duchado y había preparado la cena. Pero a pesar del intento de Oliver por disimular su preocupación, Sonia notó que algo le pasaba y tras varias preguntas se lo sacó. Al principio se enfadó por haberle cogido el móvil, pero al ver la rabia que intentaba disimular Oliver, le explicó que era una amiga que se había ido a Italia a estudiar, que venía a pasar unos días a España y que no había guardado su número porque lo había cambiado hace poco y con el ajetreo de la boda no lo había registrado. Oliver se conformó y creyó a su novia, estaban a dos días de su boda y no tenía porque mentirle. El enfado les duró poco, cenaron y se acostaron. Oliver recordaba este día casi seguro de que ese número no guardado podría haber sido la causa de su plantón. Y ahora la pregunta era: ¿Tendría también algo que ver ese número con la llamada de Sonia después de dos años?

 

Harto de tener esa duda, marcó el número que no hacía falta ni mirar en la agenda, pues se lo sabía de carrerilla. Tenía que hacerlo, no aguantaba más esa duda. Sonaron cuatro tonos y tras el quinto, el contestador. Tras la posibilidad de dejarle un mensaje, no lo hizo. Colgó, en un rato lo volvería a intentar. Oliver no solo iba a resolver su duda, sino que le aclararía muchas cosas, estaba decidido a reprocharle el abandono y el daño de esos dos años. Su segundo intento volvió a tener el mismo resultado por lo que llamó a Paula, la mejor amiga de Sonia, nadie mejor que ella sabría cómo localizarla. Marcó el número y una voz se escuchó al otro lado del teléfono:
—¿Sí?—contestó  Paula.
—¿Paula?
—Sí, ¿quién eres?—contestó  triste.
—Oliver—respondió nervioso.
—¿Oliver?—preguntó Paula asombrada.
—Sí, Oliver.
—¿Qué quieres? No entiendo porqué me llamas.
—Siento molestarte, pero quería saber dónde puedo encontrar a Sonia.
—¿A Sonia? —dijo Paula desconcertada con un nudo en la garganta.
—Sí, hace una semana que me llama para hablar pero no he querido saber nada.
—Oliver ven a mi casa, tengo algo para ti.
—Está bien, ¿vives donde siempre no?
—Sí, claro—respondió Paula a punto de romper a llorar.
Oliver nervioso se dirigió a casa de Paula y en menos de cinco minutos se encontraba en su puerta. Llamó al timbre y la puerta se abrió. Paula llena de lágrimas se le abalanzó, abrazándolo y desolada se dejó caer en sus brazos. Oliver no entendía nada y tras preguntar tres veces qué le pasaba, Paula respondió:
—Oliver, Sonia se ha ido.
—¿Cómo que Paula se ha ido? ¿Adónde? —preguntó Oliver sin entender nada. Cogiéndole la cara con las dos manos y mirándole a los ojos le respondió:
—Oliver, Paula ha muerto.
Oliver no podía creer lo que estaba escuchando, un sudor frío le recorrió el cuerpo, la vista se le nubló y su cuerpo empezó a temblar hasta que se desmayó. Cuando se despertó se encontraba tumbado en el sofá. Paula le apretaba la mano muy fuerte, aterrorizada. La presión y la noticia habían podido con él. A su izquierda se encontraba Rafael, su amigo, al que Paula había llamado para que la ayudara. Oliver solo le pidió a Paula que le explicara todo:
—Oliver a Sonia le descubrieron un cáncer terminal en el cerebro hace cuatro meses. Al principio pensaban que podría tener cura, pero hará un mes le dijeron que le quedaban tan solo tres semanas de vida. Oliver, Sonia cuando te abandonó se fue con un muchacho con el que ya llevaba tiempo hablando y con el que tú viste conversaciones, según me contó ella. Se fueron a vivir a Madrid unos seis meses y luego volvieron aquí. Vivían al final de esta calle y al mes de comprar el piso, se quedó embarazada; llegó Daniela una niña preciosa que apenas tiene meses. Oliver, Sonia siempre se arrepintió de lo que te hizo, de hecho cuando se enteró de que su enfermedad no tenía remedio, fue a ti al primero que llamó, necesitaba aclarártelo todo.
Oliver empezó a llorar desconsoladamente, lamentándose por no haber aceptado la llamada.
—No lo puedo creer. Le colgué el móvil una y otra vez—dijo Oliver.
—Oliver, ella lo entendió, sabía que tu reacción era normal y hasta el último momento estuvo nombrándote. Me dejó esto para ti—se levantó y abrió una caja que estaba junto al televisor, sacó un sobre y se lo entregó a Oliver. Sin parar de llorar, abrió la carta y comenzó a leer:
Oliver si estás leyendo esta carta es porque probablemente ya no esté entre vosotros. Entiendo que no hayas querido saber nada de mí, pero quiero que sepas que fuiste una de las primeras personas en la que pensé cuando me dieron la noticia de que mi vida se acababa. Lamento mucho lo que te he hecho pasar, de haber llevado todo hasta tal extremo. En los años que estuve contigo no tuve ninguna queja de ti. Me tratabas como una reina y me querías como a nadie. Yo sin embargo no puedo afirmar lo mismo, pero te aprecio muchísimo y por eso me he arrepentido cada día de lo que hice. Ahora me despido diciéndote que seas muy feliz, que te quieran tanto como te mereces y que gracias por esos cuatro años tan maravillosos. Estaré cuidándote desde donde esté. No quiero que sufras, yo he sido muy feliz gracias a todos los que os quedáis.

Gracias por todo.

Sonia.

Lucía Saa Kurz (Sevilla)

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