LOCURA EN LA OSCURIDAD.
Se dejó caer
durante miles y miles de kilómetros. Antes de saltar se envolvió en aquella
capa desgarrada pero acogedora a la que una y mil veces se aferró; por la que
luchó tan fieramente que jamás nadie consiguió evitar que creciera más y más,
hasta hacerse tan grande que sus contornos fueran imposibles de determinar; se
convirtió en lo único que nadie podría jamás arrebatarle.
Y saltó, y se
dejó caer en aquel vació tan insondable como la noche, como sus sentimientos,
como aquel tesoro al que se aferraba sabiendo que sería y fue lo único que le
daría resguardo del sol, la lluvia, y el hambre; se aferró a aquella oscuridad
con tanta fuerza que no dejaba de deslizarse junto a ella, sin siquiera
rozarla, o concederle la libertad de escapar de sí y de todo aquello.
De alguna forma,
la oscuridad la envolvía, y al hacerlo penetraba en su mente y en su corazón,
conociéndola incluso más de lo que ella se conocía a sí misma. De alguna forma,
la oscuridad sintió tanto miedo de que aquel ser, tan bello en sí mismo, tan
maravilloso, tan impensablemente dulce dejara escapar por cada poro su
genialidad incomprendida, que la invitó a su salvación. Le preguntó por qué se
asomaba al fin con tantos anhelos incumplidos, por qué esperaba tanto de algo
certeramente tan vacío.
Ella cerró los
ojos, e invocó en su mente a cada maravilloso ser que había ayudado a
constituir su belleza y, en ella, aquella capa de conocimiento.
La oscuridad,
intentó parecer impasible, pero la sorprendió el saberse tan dichosa de poder
salvar a la bella criatura simplemente invocando un insano recuerdo eterno. La
abandonó por unos instantes, dejando en la muchacha un sentimiento tan
desdichado como el de todas las anteriores pérdidas, sin embargo, al instante
una luz la irradió y pudo distinguir sobre ella aquellos contornos de esa
figura que para ella era tan conocida como su propio cuerpo. La luz la cegó, y
se sintió completa. Aquellas manos que tantas veces había recorrido con las
suyas, aquellos brazos que tantas veces la rodearon, e incluso, aquel corazón
que tantas veces sintió latir sobre su pecho, la rodearon nuevamente, tal como
la oscuridad había hecho.
Pero aquella
oscuridad ya no estaba. Se había convertido en luz, cegándola, dejándola ver
cada capa de cielo que atravesaba, haciéndola temer, volverse loca, preguntarse
qué hacía allí. Sin embargo, aquel corazón alguna vez tan ajeno que retumbó en
sus oídos desde otro pecho despejó sus temores, respondió sus preguntas, y la
hizo comprender, que aquella locura, era el más bello y sano regalo que la
oscuridad supo darle.
Caminante Soñador (Argentina).
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